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sábado, 27 de junio de 2015

Homanaje al boxeo



El 14 de septiembre de 1923 se llevó a cabo la primera pelea de un boxeador argentino por un título del mundo. Luis Ángel Firpo enfrentó a Jack Dempsey, campeón de aquel entonces, en un combate pactado a 15 asaltos en el cual se ponía en juego la corona de los pesados que ostentaba el estadounidense. La velada fue transmitida en la Argentina por Radio Galena a través de altoparlantes ubicados en la puerta del edificio de La Prensa, sobre Avenida de Mayo. Se había establecido un código para informarles a los oyentes el resultado final de la pelea: se encenderían sirenas azules si Firpo triunfaba, mientras que las sirenas serían rojas si el ganador era Dempsey. A lo largo del primer round el argentino tocó la lona en siete oportunidades y siempre logró levantarse, mientras que el estadounidense cayó dos veces con igual resultado. La transmisión de la pelea se cortó cuando el por entonces campeón fue arrojado, mediante un golpe de derecha, afuera del ring. Al no recibir más señales, se encendieron las sirenas azules y se desataron los festejos en el centro de la Capital Federal. Minutos más tarde, llegó la noticia que ninguno de los que había estado pendiente de lo que ocurría en Nueva York quería escuchar: el púgil argentino había sido noqueado a los 57 segundos de la segunda vuelta.
La desazón de los rioplatenses no estaba relacionada con la derrota de “El Toro Salvaje de las Pampas”, como lo había apodado el periodista Alfred Damon Runyon por su bravura y entrega, sino con la ayuda que recibió el campeón cuando cayó fuera del cuadrilátero. Al aterrizar sobre los periodistas y sus máquinas de escribir comenzó a gritar desesperado: “Métanme dentro del ring, por favor… Métanme allí que lo mato a ese desgraciado”, según lo que publicó la revista El Gráfico el 18 de septiembre de 1973 luego de una entrevista con el boxeador. No sólo estuvo fuera del área de pelea y fue ayudado a regresar, sino que estuvo fuera de combate por más diez segundos, por lo que el argentino debió haber sido declarado vencedor por nocaut. Algunos periodistas, los más osados, se atrevieron a decir que Nápoles estuvo 17 segundos hasta que se puso de pie y se reanudó el primer round.
La imagen de Firpo ya había quedado en la historia. En la previa del pugilato, William Walker, médico a cargo, le había recomendado que no peleara porque tenía una fractura en el húmero del brazo izquierdo. Firpo no lo escuchó y su nombre se grabó en la historia del deporte argentino. Marcelo Torcuato de Alvear, presidente de la Nación entre 1922 y 1928, mediante un decreto levantó la proscripción que había hacia la práctica del boxeo y “El Toro Salvaje de las Pampas” recibió la primera licencia de boxeador profesional que se emitió en el país. A partir de este hito en el pugilismo argentino, cada 14 de septiembre se celebra el día del boxeador.
Más de medio siglo después de la pelea entre Dempsey y Firpo, Carlos “Escopeta” Monzón realizó su novena defensa del cetro de los medianos de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) y del Consejo Mundial de Boxeo (CMB). El nueve de febrero de 1974 venció por nocaut técnico en el séptimo round a José Ángel “Mantequilla” Nápoles. La jornada boxística fue organizada por Alain Delon en una carpa en las afueras de París, más precisamente en Puteaux, a la cual asistieron alrededor de 12.000 espectadores.
El retador era campeón de peso welter, por lo que debió subir dos categorías para enfrentar al argentino. La inferioridad física del cubano nacionalizado mexicano fue un factor determinante en el desarrollo del combate. En aquella época, el pesaje de los púgiles se realizaba el día de la contienda, por lo que ninguno de los dos podía subir mucho de peso antes del campanazo inicial. “Escopeta” supo aprovechar sus golpes certeros y con mayor alcance que los de Nápoles y su superioridad física para doblegar los esfuerzos de su oponente.
A pesar de las diferencias que había entre ambos, “Mantequilla” buscó lastimar a Monzón desde que Raymond Baldeyrou (árbitro del combate) hasta que el argentino se acomodó en la pelea y pudo imponer su manera de boxear. La idea de Nápoles para vencerlo era golpear bajo para que el argentino no pudiera sacar los potentes golpes de zurda que lo caracterizaban. “Escopeta”, mediante un jab con su puño izquierdo en el primer asalto, hirió a su competidor en el ojo y sentenció el resultado de la pelea. El retador declaró que Monzón le había metido el pulgar en el ojo cuando tiró un jab, mientras que el campeón lo desmintió y aclaró que la herida la causó con toda la mano y no con un solo dedo. La vista de Nápoles se vio perjudicada, por lo que su rendimiento en el cuadrilátero fue mermando y su segundo, Angelo Dundee, tuvo que parar la pelea antes de que comenzara la séptima vuelta.
Monzón describió su novena defensa como “una de las peleas más fáciles” de su carrera por la diferencia de categoría que existía entre ambos. Nápoles, luego de la derrota, se dio cuenta de que debía quedarse en la categoría en la cual había sido campeón porque era donde el físico le permitía pelear.
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